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El parque de La Libertad: Historia y mito-El Diario del Otún-Febrero 6-2012

Este sitio ha pasado por la vida pereirana como eje de prostitución, expendio de drogas, hospedajes y sitios de ‘mala muerte’. Pero ahí hay otra cosa. Esta es mi visión.


Capítulo 1:
Calles de ‘Libertad’


Sobre la carrera octava entre calles 13 y 14 se ubica una de las calles más concurridas del Parque de la Libertad, tuve la curiosidad por sentarme y observar qué encontraba. Una calle que cuenta con personajes distinguidos tales como los cinco lustradores de zapatos que laboran en una esquina.

Una mujer se acerca al lustrador que estaba junto a mí. Es alta y de contextura gruesa, tiene un corte similar al de los soldados y viste una falda que deja ver sus muslos gruesos como de jugadora de fútbol. La típica “negra” es vendedora de chance por ese sector y habla con la gran mayoría de personas que se ganan la vida en esa esquina.


Sobre el andén que rodea el parque hay unas mesas en las cuales personas de la tercera y ‘otras edades’ se sientan a jugar toda una tarde parqués, a reírse y hacer un poco de bullicio a mujeres que desfilan con afanes, minifaldas y hasta barrigas.

Tranquila de saber que a unos metros míos se encontraban un par de policías, decidí sentarme a observar qué otras cosas podría hallar en el polémico parque. Algo inevitable de esconder, es lo fácil que es realizar el trabajo de prostitución en ese sitio, sin exagerar, sentarse en ese parque es ser presa fácil de hambrientos clientes.

Un poco sonrojada y nerviosa pues no acostumbro a que con el hecho de estar sentada en un andén, invitaciones, preguntas y miradas ronden alrededor. Decidí seguir esperando y con un “me podría prestar ese lapicero por favor”, se creó una conversación con un pueblerino que superó los 45 minutos.

Un hombre de un sitio lejano a Pereira, emprendía una conversación que sacó a la luz todas sus historias de vida. Delgado y moreno, con su acento tolimense, José me contó por qué rondaba tal sector. Es un comerciante hace varios años y viene a Pereira a recoger mercancía, le gustan las chicas jóvenes. Fue lo primero que me expresó. Algo directo también al preguntar si yo era mayor de edad.

Una joven alumbró su vida, con ella tiene un hijo. En sus años de conquista, le regaló una moto, pero poco le duró antes que por efectos de alcohol y drogas ella atropellara a un niño, ocasionando que le decomisaran el vehículo. Tiempo después ella atropelló otra persona. La mujer estaba en estado deplorable pues los vicios callejeros la acechaban y no iba a aprender, así que José se alejó de ella.

Mientras yo escuchaba alrededor de cinco anécdotas de vida como ésta contadas por José, él parado y yo continuamente sentada en el andén, la tarde caía, los policías aún de pie a metros míos y los lustradores terminaban sus labores, pero aún risotadas de los jugadores de parqués se escuchaban.

Después de decirle que debía irme, él, muy insistente me preguntó que cuándo íbamos a salir.


- “¿Hoy o mañana?” dijo José.
-“No sé, pero fresco que nos volvemos a ver”, contesté, haciendo falsas promesas.


Insistió con alguna esperanza de convencerme, pero vio que fue en vano y por el contrario yo me estaba alejando de él pues ya debía irme.

Creo que José confundió nuestra conversación pues finalizó con una simple frase. Con voz casi gritada y un poco ronco su acento pueblerino, dejó al descubierto qué buscaba desde el principio de una conversación extraña pero cotidiana, simple para quien no es de acá, pero complejo para quienes sabemos qué ronda el sector.
 -“¿Cuándo me lo va a dar?”- preguntó José viendo yo como me alejaba con prisa de su lado.

Capítulo 2: Los mismos con los mismos


Es lunes festivo, son las cuatro de la tarde, la calle está vacía. Algunas personas pasan, pero no se compara con un viernes o un sábado. Un policía está en la esquina, camina junto a mí. Sólo me acompaña un amigo y mi cámara daría mucho de qué hablar en ese sector, aunque nuestra vestimenta del día no lo demostrara. Caminábamos mientras con un par de obturaciones capturaba esta agitada calle que estaba más apaciguada de lo normal por ser día de fiesta.

El policía detiene un joven que pasaba por mi lado, su pinta era, como pensaría mi mamá, alguien “descachalandrado”. El policía supervisor del CAI, junto con un bachiller, proceden a requisarlo. Me pregunté, ¿qué llevaría? o ¿por qué lo detendrían? No encuentran nada, lo dejan seguir, los policías ya conocen bien a las personas del sector.

El policía comenta que la seguridad después de que pusieron el CAI, ha mejorado en el parque. Por la calle 12 entre séptima y octava es el dormidero de muchos limpiadores de parabrisas, algunas personas consumidas por la drogadicción y con el coloquial término “indigentes”, que recogen sobras de los restaurantes en la noche y guardan esa comida para el otro día.

–“Gordos que cocinan con leche”- comentó el policía mientras observaba al horizonte de la calle, alerta por si algo extraño sucedía.

En la noche, por la séptima entre 13 y 14 el de las trovas sale a trabajar. Muchos niños pasan, juegan y se divierten a pesar de que ya casi van a ser las diez. En esta calle es difícil pasar desapercibido, el hecho de ser mujer o caminar con un pantalón medio ajustado no sólo es motivo, pues descubrí que aunque se intente camuflar cien veces por tal sector, las miradas siempre siguen, pues al parecer todos se conocen con todos, todos rondan los mismos lugares, o se ven seguidamente cada ocho días. Es fácil reconocer quién no es de allí.

En la calle 12 #7-18, conozco a Julio Cesar Grajales. Hace cuatro meses supervisa El CAITEI (Centro de Atención Integral a Trabajadoras o trabajadores de la Economía Informal), que funciona desde una casa ubicada allá.

Es pequeña, sus tres pisos están bien distribuidos. 

En el primer piso estaban aproximadamente siete personas con un pan, una galleta y un queso sobre su plato de plástico. Constantemente terminaban, salían y entraban, intercalados. Patrocinado por ellos mismos, y sólo con la colaboración del gobierno para los desayunos, alrededor de 100 personas desde trabajadores informales hasta residentes del sector visitan a diario esta pequeña casa, comparten en el espacio un desayuno y piensan en proyectos a futuro. 
Después de varias experiencias entre la 13 y la 12, calle donde los prostíbulos desde las cinco están funcionando, las personas se sitúan y hacen corrillo para hablar sobre algún tema en común, y por la noche, una circunvalar trasladada a las calles míticas del Parque de La Libertad funciona sin cesar hasta el amanecer.


Concluí que entre la 15 y 14, calle que atraviesa el parque, ya no hay inseguridad. Entre la 14 y la 13, en una pequeña residencia, trabajadores informales logran salir adelante y sacar la cara con sus labores diarias por una ciudad catalogada varios años en la parte inicial de la lista de desempleo del país. Y en la 13 y la 12, un movimiento constante. Las prostitutas laboran y las personas en la noche pasean.

Es una calle para ellos, el ajetreo nocturno que cada ocho días por la noche los reúne para discutir cosas de su agrado. Tal vez todos no se conocen con todos, pero que es una calle de tradición donde rondan los mismos con los mismos. Sí.