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De abusado a abusador - El Diario del Otún - Marzo 16 2013


Jhon James Gutiérrez Ocampo
Lic. en comunicación e inf. educativas


La maldad, según la mayoría de los diccionarios, se define como todo aquello realizado con aviesas intenciones, pero para mí, la maldad va más allá de una simple acción.

Es algo inherente a nosotros, los seres humanos, por lo tanto una persona no puede sentirse culpable de saber que algún acto o pensamiento de maldad esté corroyendo su mente. Al contrario, debe alegrarse por sentirse vivo, por sentirse humano.

Entonces, basándonos en que estos “actos de maldad” persigan y continúen persiguiendo durante un largo tiempo nuestra mente, ¿por qué no debería haber espacio para el rencor como forma de ejecutar estos “actos de maldad”? Es aquí donde entra mi historia.


Se suele decir que el colegio es una de las etapas más bellas de la vida y una de las fases donde, tanto el conocimiento como la personalidad, florecen… pues bueno, eso resultó ser una falacia. No encontré ni conocimiento, ni belleza, ni nada de lo que hablaban todos. O por lo menos, aquellos mayores de 20 años que me solían repetir que disfrutara al máximo esa etapa (¿y quién iba a imaginar que la palabra “disfrutar” sería una de las cosas que menos encontraría?).



Pero lo que sí encontré fue un grupo de personas que me hicieron ver esa parte cruel y cínica que todos poseemos, esa parte de la que algunos no se atemorizan de mostrar a los demás. Al contrario, disfrutan de mostrar aquel monstruo que todos tenemos y viven felices discriminando, señalando y menospreciando cualquier tipo de persona que posea un defecto notable (irónicamente, ellos también poseen ésto).


Y aunque mucha gente crea que esto es algo transitorio y momentáneo, resulta tener más secuelas de lo que parece, causando ciertas consecuencias psicológicas y emocionales, además de complejos que pueden afectar a la persona en un futuro.


Y es que pensar en ese cinismo que ellos manejaban, esa capacidad de atacar a otras personas mediante distintas formas con el simple objetivo de hacerlas sentir peor que ellos, me hace reflexionar y cuestionarme: ¿por qué yo no puedo hacer lo mismo? O si nos remontamos hacia el pasado, ¿por qué yo nunca pude reaccionar?



Cinco años; cinco años de acoso, cinco años de humillaciones, cinco años de ofensas. Durante todo ese tiempo, siempre pensé en poder ocuparme de cada uno de ellos, y de la misma manera en la que, desvergonzados, me hacían sentir menos que cualquiera, tener la oportunidad de rebajarlos, de herirlos y hasta de matarlos.


Cada ardor, cada herida, cada dolor que ellos sufrieran serían percepciones celestiales para mí; cada súplica, cada ruego, cada lagrima que cayera de ellos, sería una puerta a un gigantesco paraíso que me haría eternamente feliz; cada aflicción, cada daño, cada tormento sería sólo el comienzo de lo que les tendría preparados por todos esos años de odio y rencor.


Pero entonces usted, señor lector, se preguntará: ¿cuál es el supuesto acto de maldad al que tanto hago referencia? La respuesta es que, hasta el día de hoy, sigo sin saber cuál hubiera preferido.
Algún día llegué a pensar en algo simple, como lanzarlos por una escalera, ver y escuchar el impacto que daba cada extremidad de cada uno de los cuerpos con los escalones y, finalmente, sentir un estado de regocijo cuando todos estuvieran en el último escalón, apaleados, heridos y con el orgullo contra el suelo.



En otra ocasión pensé en algo similar al holocausto nazi: reclutarlos a ellos e ingresarlos, a la fuerza, a una cámara de gas. Se lograrán imaginar el resultado de esto, por lo que no seré muy gráfico al respecto. Pero lo que sí puedo mencionar es la dicha que me imaginaba sentir si algo así les hubiera sucedido. Ese estado de tranquilidad que me decía que no sufriría más en mi vida por parte de ellos era algo que me emocionaba.



Por último, llegué a pensar en, quizás, la menos drástica de las venganzas. Simplemente me imaginaba lo exitosa que sería mi vida en un futuro si seguía tan dedicado al estudio como lo estaba en ese entonces, y lo desgraciada que sería para ellos si continuaban con tan inútiles proyectos de vida y formas de visualizar el entorno en el que estaban inmersos.


De nuevo, ese estado de júbilo inundaba mi mente, esa felicidad, ese gozo, ese “algo” indescriptible que me decía que algún día recibirían lo que se merecen. Algunos considerarán poco ético o inmoral estos actos y pensamientos que acabo de describir.

Pero yo le respondo a esa gente: ¿acaso no todos tenemos ese lado inmoral del que, alguna vez, nos quisiéramos desprender para hablar de un tema o de una persona la cual nos hizo daño en nuestra vida? ¿Acaso “la maldad” no viene inmersa en nuestros pensamientos? Considérese ético o antiético, todos soñamos con una maldad por realizar en nuestra vida.