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¿El fin del afán llegará en 2012?-El Diario del Otún-Enero 12-2012

Diego Leandro marín
El Diario del Otún

Mañanas espléndidas y tardes luminosas eran, en clave, el movimiento de naves japonesas cerca de Hawai. La borrascosa juerga del 6 de diciembre. Traducción del inglés de Miguel Álvarez de los Ríos.



Si el título lo leemos en el contexto de toda una vida recorrida por algún viajero, El fin del afán no es otra cosa que el descanso eterno. Quizá por lo sugestivo de semejante nombre, este se quedó en mi memoria desde que lo leí a la entrada de una finca en Altagracia, corregimiento de Pereira. Y aunque ahora lo uso para titular este texto, no dejo de imaginar los sentidos que tiene para alguien, cualquiera que sea, llegar al fin al lugar donde reposarán sus angustias: las básicas y las trascendentales.


Debo advertir que esta no es una discusión teológica, sino un ejercicio de pensamiento sobre los discursos apocalípticos que se avivan por esta época. El pretexto es usar como título del artículo este nombre que la gente utiliza a lo largo y ancho del mundo para designar aquellos sitios que denotan el fin de una búsqueda, y así hablar de un fenómeno recurrente que aparece al finalizar el año.

Y es que para nuestra cultura cada 31 de diciembre trae sus duelos y también las expectativas con respecto al porvenir. Es entonces cuando el año venidero parece especial (en verdad cada uno lo parece), entre otras cosas por la abundancia de conjeturas acerca de aquello que depara el futuro: tal es nuestro apego a la previsión y nuestro temor a la incertidumbre. Buscamos en decenas de artes adivinatorias, como las llamaba Pierre Guiraud, los indicios de una vida más afortunada.

Y en caso que no se tenga a la mano cosa alguna que permita premeditar el futuro, de alguna manera se presenta una suerte de oráculo que trae sus profecías. Ya sabemos que para el 2012 el turno es para los mayas.

Como es previsible semejantes pronósticos de una era que finaliza, opacarán en su momento el interés que pudiésemos manifestar por los asuntos nacionales e internacionales en cualquier materia y a todo nivel.

Y como ocurre a menudo se escuchará decir en privado y en público, en serio y en broma, que “no hay porque preocuparse pues el fin del mundo es el día en que cada uno muere”, o que “el mundo se acabará porque los humanos vamos a provocar nuestra destrucción”, e incluso habrá quienes insistirán en que “el fin de los tiempos ya está cerca”. Y no es despreciable el conocimiento emanado de las culturas mesoamericanas, pero la manera que tienen los profetas mediáticos, de ponerlos en boca de la gente como si se tratara del último hallazgo en materia de discursos apocalípticos, hace que dicho saber se trivialice al punto de quedar hecho tan solo un espectáculo de la intimidación.

Ahora bien, como la pretensión de este texto es aportar algunos elementos de discusión sobre este fenómeno de “pánico e ilusión”, latente entre la gente cada vez que se cierra un año y cuando comienza un milenio, me concentraré en discutir sobre dicho asunto.


¿Al fin llegará el fin?


No es la primera vez que se pronostica el fin del mundo, la hecatombe terrestre, el fin de los tiempos. La crítica que se genera con respecto a la crispación que mantiene en vilo a una población, se puede referenciar en variados escritos paradigmáticos como El príncipe de Maquiavelo en el que enseña a los gobernantes a ser amados y temidos por su pueblo, y abundan los ejemplos que sirven de modelo en la radio y el cine para explicar el asunto: por ejemplo es conocida la adaptación que con la CBS y su grupo Mercury Theatre, hizo Orson Welles sobre The War of the Worlds (La guerra de los mundos, novela de H. G. Wells), y que fue emitida la noche del 30 de octubre de 1938, cuyos efectos en la audiencia provocaron un colapso en las autopistas de New Jersey luego de que sus habitantes trataran de escapar de la supuesta invasión extraterrestre.

Por su parte en el cine, es muy conocida la célebre y triste imagen del World Trade Center (Las torres gemelas), en decenas de películas que ilustran la hipotética destrucción de la ciudad de New York, a causa de pandemias, monstruos marinos, meteoritos, invasiones extraterrestres y toda una legión de plagas ante las cuales el Egipto del Antiguo Testamento y de la Torá se quedó en la dimensión de un relato menor. Efectos de la hipervisualidad diría Román Gubern.

Esto para salpicar con un poco de memoria audiovisual lo acostumbrados que estamos en aceptar la enfermedad y la cura en manos de seres iluminados y extraordinarios, que en medio de la multitud llegan con un discurso mesiánico a guiar nuestros pasos hacia un mundo mejor,  hasta el punto de sacrificarse por nuestros errores del pasado y redimir nuestras culpas.


Veneno y remedio


A esto le llamaban los griegos el Phármacon, en el doble sentido de veneno y remedio al decir de María Fernanda Santiago Bolaños en su libro La palabra detenida, dicho de otra forma: la cura que proviene de la enfermedad. Lo que equivale a la creación de la necesidad para luego satisfacerla no sólo a través de la droga, sino además por medio de la palabra.

Como los mayas, los griegos, los israelitas y tantas otras culturas a su manera, se las han ingeniado para agradecer los beneficios obtenidos después de las súplicas, a través de un sacrificio que agrade a los dioses, y que para unos equivaldría a matar niños, para otros bueyes, y para otros a los machos de la cabra, lo que no es otra cosa que el chivo expiatorio, que con el tiempo se asociaría con los humanos, por medio de los cuales de alguna manera, al inmolarse conseguirían purificar a poblaciones enteras: he aquí la suerte de los héroes y de los mártires y en consecuencia su posterior divinización y adoración.

Quizá por ello es previsible que en medio del temor que algunas personas experimentan al llegar la fecha interpretada y señalada por los mediadores de las profecías, sucumban a la tentación de seguir sin miramientos a los caudillos que surgen en medio de la multitud, tal y como ocurre cada vez que uno de estos personajes nos habla del progreso en cualquier sentido.

De profetas, caudillos y mártires está hecha la escena de nuestro mundo, que ya en el teatro se ha escenificado una y otra vez a través de obras como El gran teatro del mundo, de Pedro Calderón de la Barca o La divina comedia escrita por Dante Alighieri.

Entonces ¿al fin llegará el fin?, si acaso en el 2012 llega para alguien o para una sociedad entera, no será así con los espectáculos, ya sean teatrales, cinematográficos, radiofónicos o televisivos, pues estos se alimentan de las expectativas de las audiencias, de su situación cognitiva y su situación existencial. Y la gente se mira en ellos, se recrea y sueña, existe en ellos y por lo tanto es preciso pensarlos con mayor detenimiento, para identificar cómo aprovecharlos mejor en nuestra vida.


La necesidad de un fin


¿Acaso la necesidad de que llegue un fin de la vida, del tiempo y del mundo, no es el síntoma de agotamiento que la sociedad expresa cuando solicita la clausura de una época que no le satisface?: es posible y sin embargo la respuesta obliga a pensar en el manejo que se le da a la expectativa de vida y muerte en medio de las transformaciones sociales que hacen parte del devenir en sociedad.


De allí que la esperanza de un mundo mejor es un derecho inalienable del soñador, y que el problema aparezca cuando alguien se atribuye el poder de interpretar y de cumplir esos sueños a todo costo, y en especial cuando emerge el gran conflicto si tal ser se adjudica la manera de hacer su cobro por el favor prestado.

Por ello el riesgo es que asciendas a las cumbres del poder tanto el déspota como el tirano, porque el fascismo descansa en la confianza absoluta depositada en el caudillo y en su discurso mesiánico.

Una moraleja que se puede inferir de esta reflexión en el contexto de los relatos apocalípticos y sus diversos usos: El fin del afán es una ilusión pasajera que bien puede servir para recobrar las fuerzas o abandonarlas del todo a la deriva de los días. En otras palabras, el reposo y la angustia son estados de la existencia de nuestro ser que habita en el mundo de las palabras, y se hace vital en las expresiones verbales de la naturaleza humana.

Protagonistas

Qué difícil es ser protagonistas de nuestras historias, y ayudarse a vivir con la serie de relatos que alimentan nuestras expectativas y nos hacen soñar. Quizá por eso es que para algunos las tradiciones son una manera de encontrarse y celebrar la vida, para otros esto se consigue en el paseo, en la literatura o el cine como relatos que vitalizan el mundo. Pero por otra parte en el mar de quejas y rupturas que sobrevienen por esta época, festejar y contemplar la naturaleza de las cosas, no excluye el afán por garantizar que cuando llegue el fin de una vida, de un mundo, de un tiempo, este sea digno de nuestro paso por este planeta.

Y más aún, celebrar no esquiva la exigencia de una sociedad que tiene como deber supremo, enfrentar con valor los retos que se aproximan, cuando al parecer existe un agotamiento de las formas tradicionales de concebir la educación, la salud y el empleo. Y cuando se vulneran los derechos humanos como si hicieran parte de una serie de obstáculos para el progreso de la humanidad.

Y para enfrentar estos retos más que relatos apocalípticos se requiere imaginación, rigor, capacidad de diálogo, participación, concertación y juicio crítico en la transformación que la sociedad requiere a comienzos de este milenio.