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Una escalera para bajar al infierno. Luz que no alcanza - El Diario Del Otùn - Diciembre 21 2017 - www.ciudadpereira.com



Ángel Gómez Giraldo

Podría decir que la escalera es más estrecha que larga. Un hombre que parece haber sido “cascado” por la vida vomita palabras duras que se golpean contra la pared. Tres escalones más arriba dos mujeres, cual diablas semidesnudas, parecen a punto de caerle al hombre encima. Todos aspiran, soplan y resoplan marihuana. Miro y pienso que así son las escaleras para bajar al infierno.
Son las del edificio del Hotel Embajador de la calle 14, zona del  parque La Libertad de Pereira. 
Permanezco allí y a medida que van pasando los minutos van saliendo como de una caldera oculta otras mujeres similares a las de la escalera.


Ellas no son ellas ni tienen aún lo que desean tener. Apenas son hombres en una imitación de la mujer. Son travestis. Personas que a veces les gusta atribuirse o presentar características de género de roles contrario al suyo y sienten placer sexual. Puede ser homosexual pero no necesariamente. En cambio la persona intersexual es un transgénero que tiene ambigüedad en sus características sexuales secundarias o nace con genitales mixtos y se ha hecho operar sus genitales y cambiar su identidad sexual en sus documentos.


Presumiendo, aquellas de  la calle 14 son las personas que calientan la plaza y hacen ‘chispiar’ el paisaje urbano.
Sin embargo el Dios que está en el templo de La Valvanera no les da la espalda y por el contrario les tiene extendidos los brazos.


Este sector también tiene fronteras imaginarias que lo dividen: las imitaciones de género entre las carreras 8a. y 9a., con la misma calle 14, y  las de marca, trabajadoras sexuales entre las carreras séptima y octava, paradero de busetas frente a La Libertad y lugares aledaños.


Es sábado 9 de diciembre a las 11:00 de la mañana con la luz natural prendida y la navideña apagada después de haber iluminado la noche anterior en buena parte del centro histórico.
 Oigo decir a una de dos mujeres que pasan cerca a mí: “!Qué belleza! ¡Hay que salir a ver el alumbrado!”.


El encortinado de calles con luces de Enelar llegan apenas hasta esos  árboles acostumbrados a dormir de  pie pero que hoy amanecieron trasnochados y somnolientos, allí por la carrera 8 antes de desembocar a la calle 14 , la iluminación navideña no alcanzó para esta alborotada vía.


Más adelante queda uno en las aguas profundas y turbulentas del parque La Libertad que aunque con el pecado iluminado no parece Navidad. Es que el pecado es pecado y no necesita una Navidad al año para saborearlo.

Escaleras
Justo ahí en el portón del Hotel Embajador abierto día y noche y mostrando como si fuese gran cosa  las escaleras que no son para subir al cielo sino para bajar al infierno, está recostada sobre la línea del marco izquierdo del portón, como si lo estuviera sobre el filo de una navaja, una chica capaz de poner nerviosa a cualquier persona porque se identifica como “La maléfica”.


Maquillada hasta las orejas pero sin perfume no se ve huraña, por el contrario su gesto es el de estar dispuesta a regalarme una respuesta a la pregunta de si va a pasar la noche de Navidad en Pereira: “Sí. Es que nosotras dormimos cada noche con la Navidad. Nos la ratiamos”.


  Con permiso previo me abro paso por la escalera, camino empedrado de carbones encendidos que es la escalera y asciendo hasta la administración del hotel, en el segundo piso, protegida por una reja de hierro, sucia, fría, donde dos cuerpos se frotan y son capaces de sacar candela. Todo es pobre. No hay árbol de Navidad ni pesebre.

Luego de semejante desilusión paso al siguiente portón. Al del hotel  HBG con postal erótica. La que se muestra es  Claudia Patricia con la boca abierta como un cocodrilo hambriento.  
Es joven, de 25 a 30 años de edad. Me dice que tampoco saldrá de Pereira para celebrar la noche de Navidad. “Aquí me quedo con la misma gente”. Sin pedirle me hace una confesión que me parece aterradora para su condición casquivana: “No me he enamorado de ningún hombre”. Con solo verla uno se da cuenta que le va bien en el negocio, y así es difícil dejarlo por un amor de verdad. Su hotel no tiene árbol ni aplicaciones de lucecitas que pinten Navidad.


Una puerta más adelante es la del bar Los Bombones, de carne y hueso. “Aquí es el baile”, anuncia Claudia Patricia mientras respira ansiosa y se estira la minifalda hacia abajo para que no se le salga la mentira.


“La noche del 24 de diciembre no voy a bailar a otro lugar. Aquí está lo mío”, y dijo que no fue capaz de añadirle a la “nalguifalda”.
 Unos cuantos pasos arriba, esquina de la 14 con carrera 8a. está Apostar lleno de gente que busca la buena suerte a través de un chance.


 En toda la esquina, como una araucaria intentando alcanzar el cielo, está la joven Luisa, sutil, ensimismada y con el pensamiento lejos.


No puede tener más de 20 años y a pesar de todo no tiene energía para viajar a ver al Dios recién nacido: “No voy para ninguna parte, aquí esperaré al Niño Dios”, y su respuesta sale en una sonrisa de carroza.


 Voy hasta el Hotel Nin-Car donde se acuestan dos y ninguno duerme. Allí me encuentro con el frío de paredes grises y baldosas antiguas que guardan mugre.
Me gané la subida al segundo piso porque aquí el árbol de Navidad no se ve en la sala de la oscura recepción ni en ninguna parte. El administrador aparece para atenderme y culpar al propietario por la falta de alegría navideña en el negocio.


Pasando la frontera invisible caigo a la otra zona, la que frentea el parque La Libertad, paradero de las busetas entre carreras 7a. y 8a. y con servicio a la carta de mujeres de marca, trabajadoras sociales para varones y todas sostienen a pie juntillas que allí mismo tendrán su noche de Navidad. No van a ninguna parte. Así es el putaísmo. No tienen árbol de Navidad.


 En el centro del parque otra trabajadora social se pasea luciendo minifalda, cartera a la mano y cigarrillo en la boca. Cuando le consulto que si va a celebrar Navidad en otra parte, saca el conocido verso que habla de las malas condiciones económicas del que lo dice: “De dónde flores si no hay jardín”.


Mejor dicho ni se va ni se viene para ninguna parte por falta de dinero.
En la residencia Gi-Mar las trabajadoras sexuales no se dejan coger del día para ser portoneras y desde las 8:00 a. m. se están mostrando al público. En grupo son un atractivo para los pasajeros de las busetas que hacen pare allí. En este mismo momento un habitante de la calle pasa gritando: “Saquen la basura que viene el carro”.


Tarde de la noche por la carrera 9 pasa un joven como si fuera el mismo diablo, distribuyendo a los viciosos que habitan en las aceras papeletas blancas que pueden ser de morfina, cocaína o basuco. 
Estos consumidores de sustancias psicoactivas tampoco tendrán Navidad feliz y menos les interesa un árbol festivo.


El periodista Víctor Quinchía, editor de la página local de El Diario, el periódico de Pereira, informa que Risaralda es el tercer departamento en consumo de morfina y Pereira la ciudad con mayor tasa de consumidores de estas mismas sustancias. 
“!Dios mío, como hay tanta gente en la oscuridad, sí es Navidad!”.