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“Coma que es de parte asiada” - El Diario Del Otùn - Junio 29 2016 - www.ciudadpereira.com

Alberto Rivera
Periodista El Diario / La Tarde

Las calles de la ciudad son un restaurante a cielo abierto y la Plaza de Bolívar el mesón comunitario para disfrutarlas. Las vitrinas del centro derriten el paladar en medio del desfile de comidas, de todas, y vencen la batalla contra los antojos.


La carta es amplia y bien elaborados los productos, por lo menos a la vista. Van de aquí para allá como transeúntes perdidos esperando que alguien los encuentre, lo cual sucede muy rápido.


Se trata de un mercado disperso pero abundante. Es la manera de ganarse la vida con lo que más se vende, la comida que por demás deja buena ganancia y es poco, muy poco lo que se queda.


El apetito de los pereiranos que tienen como segundo hogar la calle es de armas tomar. Piden de todo y barato... y lo consiguen porque no siempre el producido da para un almuerzo completo y decente y en la vía no hay que dar propina. 
 


Desayuno

En la mañana el paladar se confunde con la fritura de las empanadas, el olor a pan caliente, a pandebono y pandequeso recién salidos del horno, a buñuelos morenos que desde la vitrina le sonríen a la gente y a papas rellenas mantecosas que mezcladas con ají casero alimentan el estómago de quienes deciden desafiar el día con semejante platillo.


Es la hora de los tinteros, porque la mayoría de quienes van al trabajo saborean un café o un pintadito de $ 400 con algún complemento, para aguantar la jornada matutina.


Y madrugan los vendedores de frutas dispersas, que en vasos de $ 1500 le entregan a los paladares más exquisitos, para no engordar, una mezcla de colores para iniciar el día: trozos de piña, mango, sandía, guayaba, chontaduro o jugo de borojó para no dejar caer los ánimos en la oficina.


Los otros, los más tradicionales, se toman en la Plaza de Bolívar un jugo impredecible de hierbas hervidas y espeso, que sirve para la próstata, para limpiar el hígado, aliviar la úlcera y al cual le mezclan algún milagro que obra en pleno ayuno.
 


Almuerzo

El querido salchichón frito con arepa o patacón hace presencia en busca de sus comensales. Tan tradicional que es imposible desplazarlo de las calles.


Los chicharrones a $ 1000 con arepa están a la orden del día y el olor llama los clientes a dos cuadras a la redonda. Su brillante presencia después de salir del sartén los hace tan visibles que a la distancia se dejan ver sin recato. Lo puede llevar en pequeños trozos para facilitarle la tarea de comerlo, o entero por si se arriesga a otras cosas.


Y las empanadas salen de nuevo revitalizadas, más grandes pero sin carne, a $800 que con una gaseosa bebé tranquiliza los jugos gástricos del medio día.
Y hay quienes deciden almorzar con pizza chiviada, imitación de la italiana, a la que le sobreponen tantos ingredientes que no se sabe si al final es lo que decidió pedir.


Y una vez pasado el somnoliento medio día, el plátano asado derrite las tardes con su aroma, cuando sale a escena  por la carrera 8a. entre calles 16 y 17.  Viene no se sabe de dónde, pero con mantequilla y queso está listo su destino para tantos clientes que lo esperan humeante, ansiosos de soportar en sus manos la corriente de grasa que casi siempre termina en la camisa de alguien.


Y los sonrientes churros azucarados que se cocinan a la vista de todos, o la arepa de huevo, o la arepa de chócolo con queso derretido o cualquier otra arepa con cientos de definiciones gastronómicas, son habitantes vespertinos de la ciudad que salen a competirse los gustos.
Y no ha de faltar el postre, empanadas de cambray de guayaba o arequipe y un anaranjado y gelatinoso manjar dispuesto a equilibrar la balanza de sal del almuerzo.


A las 4:00 de la tarde la tradicional morcilla llega a la peatonal de la calle 22 y convoca a los pereiranos a un trozo con patacón maduro y una servilleta imposible de manejar. Es tan deliciosa, dicen, que cada día una vez abren la olla para exhibir las tripas rellenas, los clientes acaparan en minutos el producto y muchos se quedan sin probarlo. Así que el próximo día les queda el reto de madrugarle a la fila.
Comida

La comida peatonal una vez cae la noche, está por los lados del lago Uribe Uribe.
En la esquina de la carrera 8a. con calle 24 hay de todo. Chorizos que se pelean el lugar en la plancha de asado, y los clientes con mirada voraz los esperan limón en mano para disfrutarlos. Eso sí, una vez quien los ha comido llega a casa, saben de inmediato dónde estuvo.


Y hay pizza atardecida, llena de queso derretido y piña, gloriosa, que hace tragar saliva a quienes la esperan con la mirada vidriosa del deseo.


Y de las hamburguesas ni se diga, de todos los tamaños y posiciones, con los ingredientes que quiera para enfrentar la noche, de todos los precios imaginables y las salsas que sea capaz de soportar su estómago antes de irse a la cama a tratar de dormir como un lirón si antes no tiene que tomarse una sal de frutas. Y perros calientes para rematar la jornada, que sin ladrido alguno van a saciar el hambre de la gente como mascotas mansas.
El menú callejero es amplio y a la carta. Pida.